Palabras amigas




“El ojo de los impresionistas sólo escucha, no habla, sólo recoge las preguntas, pero no responde. En lugar de ojos los impresionistas tienen, sí, un par de orejas, pero no tienen boca. Porque el hombre de la época burguesa no es más que oído, escucha al mundo pero no le lanza su aliento. No tiene boca, es incapaz de hablar el mismo sobre el mundo, de expresar la ley del espíritu. El expresionista, sin embargo, vuelve a abrir la boca de la humanidad, que ya se ha limitado a escuchar suficientemente, callando siempre, y ahora quiere de nuevo propalar la respuesta del espíritu”[1]

Los paraísos soñados y la obra de Ana Fernández


Pinturas sobre lienzo o sobre madera preparada, acuarelas, delicados collages, sorprendentes grabados. En la obra de  Ana Fernández está presente siempre una imagen que domina con todo el protagonismo la iconografía del “cuadro, la palmera. Este es el primer elemento que destaca y da unidad a su trabajo, pero acerquémonos más y veamos como resuelve técnicamente estas imágenes que hacen de ellas una obra figurativa, descubriremos que no se trata de un paisajismo que nos deleita  a la manera de estos magníficos pintores acuarelistas del levante español, cuya base de trabajo es la huerta, la frondosa naturaleza mediterránea inundada de luz y color, los olores y sabores de un campo ajardinado con reminiscencias de su historia influenciada por un pasado  oriental. No es su obra un virtuosismo técnico que nos encandile por su representación  realista ni nos seduzca por la certera impresión de los sentidos, y sin embargo comparte algo con ellos; el territorio del sureste, el oasis.
Obras básicamente monocromáticas, con escasa construcción dibujística, y sencilla modulación tonal, destacan los gruesos trazos de manchas oscuras y aguadas transparentes, claroscuros sin apenas matizar, grises que viran al plata, ocres que nos llevan al oro, tierras y de nuevo la gama dominante ya sea en azules o en rojos. Es una técnica de pocos valores intermedios, en donde las capas de sombra dan paso a amplias zonas de luz.
Esta es la técnica, la clave que nos desvela cierta actitud, enfrentada a la complacencia naturalista liberada de la tradición local, pero arraigada a las experiencia del paisaje, y también a la tradición del lenguaje artístico formal.
La fotografía primitiva nos demostró la sencilla forma de las cosas, la elemental delimitación de superficies y su contenido lumínico tonal. Era la manera en la que se representaba la cosa misma, el espacio físico,  encuadrado y quieto de un fragmento de la realidad.
El expresionismo nos enseñó el alma del mundo, dejando fluir las formas, mostrándonos las cosas sueltas y libres, dislocadas y efusivas.
Aquí hallamos algunos ingredientes que aportan magia y misterio, a la vez que empatía con lo representado. Parece esta una receta adecuada para mostrar un espacio que nos es ajeno y a la vez lo podamos ver como un territorio cierto y querido.
¿De qué espacio se trata, y por qué hay siempre la presencia de palmeras? De nuevo aparece el vínculo al paisaje habitado, la tierra sobre la que se erige naturaleza y arquitectura, no es necesaria la figura humana.
Es el jardín idealizado, el jardín que la propia artista ha construido, no sabemos si fue perdido en algún momento o lo ha hallado en esta representación sureña y exótica, pero en cualquier caso nos es  o nos puede ser familiar en cuanto a un espacio común, una idea universal de paraíso soñado que probablemente compartimos desde nuestra infancia.

 Babilonia imaginada.

Creo que en todo hombre hay un sueño que se repite con cierta frecuencia en el tiempo. Se trata de un sueño en el que aparecen espacios, arquitecturas y una naturaleza más o menos salvaje pero que  siempre está acotada intervenida, delimitada según un  orden constructivo u ornamental. Debe de ser este un tipo de sueño que aparece muy pronto, paralelo a las primeras interpretaciones que el niño empieza a realizar de las cosas, su mundo y las sensaciones que recibe.  A pesar de la variedad de imágenes y experiencias que cada uno tiene a lo largo de su vida, y que hará de esta experiencia un acontecimiento original y único, pienso que este tipo de sueño siempre tendrá un sentido feliz y en cierto modo purificador, ya que consiste en un  relato que no recoge los aspectos negativos de las experiencias, aunque tampoco registra los más positivos, digamos que se trata de un sueño ciertamente revelador, sorpresivo y neutro a la vez. Nos encontramos pues con una disposición estática y distendida, sin influencias perturbadoras,   ante un umbral que escenifica un paraíso.  Ya solo queda reencontrarnos con él en ciertas ocasiones, sin cruzar definitivamente la puerta, podemos rememorarlo a través del arte, e incluso seguir interviniendo en su proyectación.
Toda manifestación cultural es fruto de un imaginario que nace en el desierto, un espacio paradisíaco en el que nunca faltan las palmeras con sus elevados troncos, sus flores amarillas y racimos dioicos rebosantes de dátiles. Recomponemos una ciudad originaria cuya arquitectura está inspirada en el árbol, la foresta que sigue viva en nuestra memoria como experiencia heredada,  la Babilonia perdida, que es fototipo de sueños probablemente anteriores a cualquier experiencia.
 Ana proyecta la sombra de la palmera en el muro, el cerco de su paraíso, el pilar de la arquitectura, compuesto de barro, piedra y cal. La pared delimita, soporta y cierra espacios. Levanta ciudades imaginarias y sirve de pantalla en donde se proyectan las sombras.
Luz y sombra es la física con la que hemos fabricado la mayoría de los sueños y con esta técnica seguimos representando todo lo representable, desde la pintura hasta el cine.
Luz, muro y sombra, la huella de una palmera, enigmático árbol, que ha sido pilar, columna, bosque,  palmera decorativa, en si misma ornamento de nuestra primera Babilonia.
No hay personas en estas pinturas que son ventanas al mundo, si las hubiera tendrían que ser tan exóticas como la tierra que habitan. La palmera que da sombra y frutos, ya contiene en sí misma los elementos antropomórficos, también la geometría, el símbolo. La obra de Ana creo que nos habla en definitiva  de un paraíso exótico y soñado, a través de un árbol  con una voz ciertamente humana y expresionista.

Carmelo Rubio



[1] Expresionismo, Hermann Bahr
 




En palabras del gran poeta que fue Pedro Salinas
Si no es el mar, sí es su imagen,
su estampa, vuelta, en el cielo.
Si no es el mar, sí es su voz
delgada,
a través del ancho mundo,
en altavoz, por los aires.
Si no es el mar, sí es su nombre
es un idioma sin labios,
sin pueblo,
sin más palabra que ésta:
mar.
Si no es el mar, sí es su idea
de fuego, insondable, limpia;
y yo,
ardiendo, ahogándome en ella.



Después de ver la obra de Ana Fernández, cerramos por un momento los ojos y en nuestra imaginación flota una palabra, una sensación, un rumor... es el mar.

Un mar azul, que nunca nos falte el azul, por donde sale el Sol y que nos arrastra con sus mareas, suaves, sin corrientes que hagan peligrar nuestra travesía, y poco a poco nos adentramos en su mundo.

Su fuerza, su delicadeza, nos sumerge en las profundidades, nos lleva a un territorio desconocido, que no es oscuro sino lleno de luz, de color, de olores y sonidos, donde queremos quedarnos mas allá del aire que llena nuestros pulmones, y de pronto, nos damos cuenta de que seguimos vivos, respiramos y reímos como hace mucho que no lo hacíamos.

Salimos a la superficie, y nos sentamos en los tablones de nuestra barca, sutiles, diluidos, pero firmemente trazados, y desde allí, mecidos por un mar que ahora surge de los azules, amarillos, naranjas, lilas y malvas observamos la serena sombra de las palmeras que recorren la sutil franja que separa el mundo real del mundo de Ana.

En la orilla, nos dirigimos con paso firme hacia ese mundo, que nos abre las puertas y nos muestra los colores de las palmeras, las flores y las mariposas que lo habitan; un mundo mediterráneo, cálido, con aromas que llegan del Oriente, y nos traen a la memoria recuerdos de un mundo que no conocimos, de artistas, iluminadores, historias de sultanes y harenes; de maestros y aprendices, de tradición y evolución. 

Su trabajo es delicado y efímero, y al igual que los maestros del haiku, nos muestra convincentes y conmovedoras visiones de una fugacidad semejante a las gotas de rocío en el ukiyo, término con el que designan a menudo nuestro entorno natural y social, frágil casi de ensueño

El mar en primavera
sube y baja todo el día
sube y baja
Buson

La obra de Ana nos muestra la alegría de vivir, por vivir, una vida que no siempre es como deseamos, pero aún así merece ser vivida.  Nos hace creer en segundas oportunidades, en ángeles, en nuevos romances, en nosotros y en ella...



Roberto & Maribel
El Guisante Verde Project